PRÓLOGO 

El inconsciente es poesía. 

¿Hay en la intervención de un psicoanalista algo de poesía? Quizás, en todo caso, la cuestión pueda estar más del lado del analizante. Aunque raramente se asemeje su discurso a un poema como a los que nos ha acostumbrado Jorge Luis Borges. 
El inconsciente es poesía. Jacques Lacan lo decía al plantear que se trata de un saber inventado. La palabra y la invención es un punto de encuentro entre el psicoanálisis y la poesía. 
Borges dictó una serie de conferencias en Harvard; en una que le dedicó a la metáfora dice que “toda literatura está hecha de trucos, y esos trucos; a la larga, salen a la luz”, Lacan nos enseñó  que esos trucos tienen la misma estructura que el inconsciente. Alguna vez escribió que Freud sustituyó al significante psicoanalisis por el de peste y, si bien no donde lo hubiera esperado, realmente ha provocado una epidemia como lo han hecho muy pocos discursos. Pero fundamentalmente el psicoanálisis le devolvió, y lo hace en todo momento, la dignidad a la palabra, y a lo que ésta es capaz de inventar, a su capacidad creadora. La poesía siempre lo ha hecho. Por su uso del lenguaje podríamos decir que el psicoanálisis se encuentra más cerca de los poetas malditos que de los surrealistas, aunque estos se piensen sus deudores. En lo que a mi respecta, los poemas de Borges, al margen de considerarlo como lo mejor de su producción literaria, siempre me parecieron muy cercanos a lo que nos enseña una experiencia subjetiva. Aunque todos los géneros que abordó Borges, lo hizo con maestría, se destacó particularmente en los prólogos que escribió. Con unas pocas palabras es capaz de meternos de cabeza en los libros que presenta. No solo inventó una mitología, nos reveló otras existentes. Se reconoce más como un sensible lector que como un escritor. 
Más allá del anhelo de Lautremont la poesía no es hecha por todos, no siempre los psicoanalistas hacen poesía. Lacan hizo poesía, sus seguidores salvo excepciones, como lo plantea Miller, hacen prosa. Él nos recuerda que una sesión de análisis, en cambio, es un esfuerzo de poesía por parte del sujeto, “una playa de poesía que el sujeto se procura en su existencia”. 
Si conviene que el analista sea un letrado es, porque para su intervención, resulta necesario que  conozca las leyes del leguaje, la lógica que se juega en los procesos inconscientes; para, cómo dice Lacan, lograr captar el deseo en las redes de la letra que lo determinaron. Pero el analista, más que hacer poesía, lee lo que escribe el sujeto; en todo caso recorta, equivoca, y permite que eso mismo tenga una resonancia diferente. Puede en este punto quizás, tener un efecto poético. Esto afortunadamente, porque es difícil pensar que todos los analistas pueden ser buenos poetas. Si, en cambio, resulta necesario que sean sensibles lectores, como Borges, de la poética que emana del inconsciente. 
El psicoanalista puede estar más cerca aún de la poesía cuando es analizante, cuando da testimonio de su experiencia, cuando escribe sobre esa práctica que sostiene a partir de su deseo. No resulta sencillo. Repetir no es hacer poesía. Articular creadores como Borges y Lacan, tan cercanos como se nos presentan a partir de este libro, y tan distantes a la vez puede, en cambio, dar lugar a un efecto de poesía. El autor no sólo ha animado el fuego que ambos creadores han sabido encender, sino que ha sumado aportes de su propia cosecha; ha forjado con este material una bisagra que nos abre la relación entre dos mundos que conecta para siempre. Internarse en este libro es pasar a ser una parte de él, como este prólogo entre otros, porque es un río cristalino en la que podemos mirar y reconocernos,”el río me arrebata y soy ese río”, escribió Borges. 
Había leído una versión anterior de este libro cuando tenía la estructura de una tesis doctoral. En esta segunda lectura, que realicé de un tirón, he tenido una sensación extraña, como la de navegar en aguas de una particular armonía. Al terminar de leer el libro de Gastón Cottino me quedé con ese sabor, que a veces me ha embargado, al leer la última página de un libro de poesía. 

Luis Darío Salamone





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