EL GORDO GOLPEADO POR LA BOHEMIA DEL ARRABAL

"Hoy va a tocar como Dios. 
Siempre toca como Dios 
cuando más cerca está del diablo"
(Zita)

1- Las drogas en el tango. 

Cuando le comenté a mi padre, joven en la década de oro del tango, que estaba escribiendo un texto sobre Aníbal Troilo porque me interesaba la relación de Pichuco con el alcohol y la cocaína, se mostró sorprendido. Nadie pone en duda de que el alcohol tenga que ver con las noches de tangos, las drogas en cambio parecen estar más asociadas al mundo del rock. Sin embargo las letras de los tangos de principio del siglo XX nos muestran que las drogas eran algo habitual también en aquel capítulo de la historia de la música. Luis Roldán había escrito "Maldito tango" en 1916 en el que una empleada seducida y abandonada busca consuelo en la cocaína. 
La primera ley que penaliza el consumo de drogas en Argentina se establece en 1926. Cuando las sustancias como la cocaína o la morfina pasan a ser ilegales, van desapareciendo de la poética tanguera, quedando apenas referencias. "Corrientes y Esmeralda" de Celedonio Flores, todavía por 1934, nos presenta una clásica esquina porteña donde se juegan “curdelas de grapa y locas de pris”, que es otra forma de referirse a la cocaína. 
A partir de esa época se mantienen apelaciones a aquellas sustancias que no estaban por fuera de la ley, como el alcohol o el tabaco. Pero en torno al consumo de sustancias tóxicas comienza a jugarse un extraño silencio, ya que los protagonistas de esta historia hacían un uso frecuente tanto de la morfina como de la cocaína, como bien lo plantean Francisco Canaro y Manuel Romero cuando compusieron en 1926 “Tiempos viejos”, donde se utiliza otro sobrenombre más habitual para referirse a la cocaína: cocó. La no utilización de drogas (y de gomina), si seguimos lo que nos dice el tema, lo hacían diferentes a aquellos hombres de antaño. 
Cuando el tango comienza a difundirse y escapa de los bajos fondos sus letras se adaptan, pierden el lunfardo y las referencias a las drogas. 
Un ejemplo es el tango "Los dopados", compuesto por Juan Carlos Cobián en los años veinte. En 1942 Entique Cadícamo le escribe versos a partir de un pedido de Aníbal Troilo, quien quería estrenarlo con letra. Cobián se encontraba afuera del país y el escritor quería pedirle autorización. Troilo le dice que se ponga a trabajar, que cuando Cobián regresara al país se encontraría con un éxito. Cadícamo decide cambiarle el título por "Los mareados". El tema nos habla de cómo el sujeto se encontró a ese amor que está a punto de entrar en el pasado:

“Rara… como encendida te hallé bebiendo linda y fatal… 
Bebías y en el fragor del champán, loca reías, por no llorar… 
Pena me dio encontrarte pues al mirarte yo vi brillar 
tus ojos con un eléctrico ardor…”

Se ha señalado en varias oportunidades que en la letra resulta difícil no escuchar alusiones a los efectos de algo más que el alcohol. Quizás se trate de un retorno de lo reprimido al dejar de lado el título original del tango que hacia referencia directa al estar dopado, es decir al estar en un estado particular luego de haber consumido fármacos o sustancias estimulantes. Hay una versión cantada por Roberto Goyeneche en la cual "el Polaco" se sincera y en la letra vuelve al significante "dopado".
A partir de los años cuarenta, cuando el tango se ha escapado de los suburbios y los prostíbulos y llega los clubes de barrio y entra a las casas de familia, se borran las alusiones a las drogas. Aunque el uso de drogas estaba cada vez más presente entre los artistas y sus seguidores. 
En este capítulo simplemente queremos rendirle nuestro homenaje a uno de los máximos exponentes de este género tan porteño. 

2- Pichuco

Sabemos lo que implicó Aníbal "Pichuco" Troilo en la historia del tango. Otra leyenda porteña, Osvaldo Pugliese, lo expresó en estos términos: "Troilo unificó la historia del tango. Él incluye a todos los demás".  Por eso mereció el título de Bandoneón Mayor de Buenos Aires. 
Nació el 11 de Julio de 1914, cuando tenía 8 años falleció su padre. Sobre su tumba, a la que llevó flores del patio de su casa, hizo el juramento de que estudiaría bandoneón. A los nueve años ya tenía su instrumento. Estudió con Juan Amendolaro seis meses, porque el maestro ya no tenía nada qué enseñarle. Y comenzó a tocar públicamente a los once años, todavía de pantalón corto.  Del cine pasó al los cafés, a los cabarets. De tocar a la tarde a hacerlo de noche, a ser un hombre de copas. 
Leopoldo Marechal describe lo que se vivía en las noches de aquella época en "Historia de la calle Corrientes": "El verdadero color de la gente se manifiesta en los cafés, donde el público es más actor que espectador. Los hay de muchas clases: los que se dedican a la música popular, verdaderas cátedra del tango, en que una multitud silenciosa y por demás reverente escucha las últimas novedades, aplaude el virtuosismo de los bandoneonistas y saborea los detalles de la instrumentación, cada vez más refinada."
Y allí se lo veía tocar su bandoneón, con la mirada hipnotizada por algunos tragos y otros estimulantes. Como le escribió Horacio Ferrer en "El Gordo triste", ese hermoso tango que le dedicó a Troilo y compuso junto a Astor Piazzolla: "los enigmas del vino le acarician los ojos". 
Alguna vez el Gordo explicó ese momento: "Ocurre que cuando toco el bandoneón estoy solo, o con todos, que viene a ser lo mismo." Esto no le impedía interpretar magistralmente, por el contrario. Y a la hora de componer o revisar los arreglos se manejaba de forma impecable, defendiendo su estilo. Como lo describió Horacio Ferrer con "esa encantadora mezcla de lógica y capricho".
Musicalizó casi sesenta tangos y forjó un estilo que recorrió diversas orquestas y cantores a los que ayudó a formar. Los temas que compuso se encuentran entre los mejores de la historia del tango. Lo mismo podemos decir de los músicos y cantores que desfilaron por sus orquestas.  Quizás porque, según lo confesó, su padre le dejó al morir la pena de no recordar su voz, lo acompañaron las voces de grandes cantores como Francisco Fiorentino, Alberto Marino, Floreal Ruiz, Roberto Goyeneche, Edmundo Rivero, Tito Reyes, Ángel Cárdenas y otros. Sus composiciones arman una galería impresionante de temas memorables, por citar sólo algunos: Responso,  Contrabajeando, María, Garúa, Desencuentro, Una canción, Toda mi vida, La última curda, Sur, Romance de barrio, Che bandoneón, Barrio de tango, Te llaman Malevo, Pa' que bailen los muchachos, Mi tango triste, A Pedro Mafia, A Homero, El último farol...
Astor Piazzolla, uno de sus músicos y arreglador, decía que él ponía doscientas notas y Pichuco le borraba cien. Raúl Garello nos da las razones de semejante actitud: "Él manejó los silencios como ningún otro músico". 
José Gobello decía que Pichuco tenía carisma. Y que eso explicaría todo si pudiéramos explicar qué es el carisma. Garello dirá que "en esa carrera de obstáculos que es la vida, Pichuco quemó las velas por las dos puntas, como Charlie Parker, como Miles Davis y otros grandes". 

3- Zita con Troilo.

En 1938 aparece en su vida Zita, nacida en la ciudad de Rodhes, Grecia. Lo conoció en el café Germinal, al que entró con su abuela luego de quedarse clavada en la puerta escuchando a la orquesta. Él la vio y fue un flechazo, terminó la actuación y se dirigió a la mesa donde estaban, se casaron por civil al poco tiempo, la iglesia llegó años después cuando murió la madre de Troilo. 
Entre peleas y reconciliaciones sería el único amor reconocido por Pichuco en su vida. Es un buen ejemplo de lo que Jacques Lacan plantea cuando sitúa a la mujer como síntoma de un hombre. Pero no se trata de uno que no logra limitar del todo su goce. No hay que idealizar en este sentido a la mujer como síntoma, en ocasiones logra apaciguar el goce, dándole cierto anclaje a lo real, pero no eliminarlo. Nunca hubo en Troilo una intención de hacerlo. Alguna vez dijo: "Mil veces me preguntan porqué tomaba tanto sabiendo que me hacía mal. Y mil veces contesté: porque me gusta".
Lo cierto es que hay un antes y un después en su vida luego de conocer a Zita. Troilo dirá que el día que la conoció a ella, se acabó el planeta. Julián Centeya, autor del magnífico tema "La vi llegar", nombra en el idioma del tango lo que es un amor sin calendario: Zita es su ladera. Forma arrabalera de nombrar aquello que Jacques-Alain Miller ha denominado como partenaire-síntoma. 
Zita contará, con amorosa resignación, que su marido salía a comprar soda con la bolsa de los mandados y regresaba tres días después, y sin la soda! Será ella quien procurará protegerlo de un goce que lo amenaza: su propia bohemia arrabalera. Aunque ni siquiera con Zita podrá controlar ese empuje. Julia Constenla dice que Zita podía compartir la bohemia de su marido, pero que limitarla resultaba imposible. 
Las noches de borracheras sembrarán anécdotas. Un día Pichuco fue a tomar un café al bar cercano a su casa. Se encontró con amigos y tomaron varías copas. La policía los llevó presos a todos. En el Departamento de Policía el Gordo se despabila un poco y pregunta "¿A quien venimos a sacar?". Y un amigo le responde: "A nadie, los presos somos nosotros". 
Oscar López Ruiz, quien fuera durante veinticinco años músico de diferentes agrupaciones de Piazzolla escribió un libro que recoge historias de aquellos años. Comenta que Pichuco se tomaba hasta el agua de los floreros y no le hacía asco a la cocaína, hábito muy desarrollado, asegura, en los tangueros de aquellos tiempos. Narra un momento emotivo en el que Troilo, luego de unas copas, escucha los arreglos que realizó Astor de Responso y le pide que toque Adiós Nonino, mientras lloraba. Va al baño y regresa fresco hablando públicamente de su encuentro con alguien con el cual compartió la cocaína. Sólo él, afirma, era capaz de vociferar públicamente su adicción. 
Es conocida su opinión al comparar la calidad de la cocaína en los '60 con la de 25 años atrás: "Nada de polvo, mucho más que granos. Parecían diamantes. Alguien pelaba de esa merca y en seguida se llenaba de narices". Hasta la relación con la cocaína se teñía de nostalgia para el tanguero. 
Así pasará largas noches, entre el alcohol y la cocaína. "No vivo como debería hacerlo, sino como me sale", era su forma decir aquello que Miller plantea de que el goce nunca es el que debería ser, siempre hay un error con respecto a lo que sería el goce conveniente para uno, si es que el mismo existiera. Como el Gordo lo reconocía: "El peor enemigo de Troilo es él mismo". 

4- Vivir al bardo. 

Si un amor le permite a muchos sujetos salir de los carriles de un goce pulsional, es porque la satisfacción de la misma suele tornarse autoerótica, la satisfacción se cierra sobre sí misma, muchos hombres se encuentran muy cómodos con esto y una mujer suele ser alguien capaz de perturbar dicha comodidad y abrir las puertas a un goce diferente. Podría pensarse que la dimensión del amor es lo que permite una salida al Otro, pero esto no resulta sencillo en los hombres, cuyo goce se juega en relación al objeto de la pulsion. 
Mientras la generosidad de "Pichuco" y su afición por el juego se transformaban una una amenaza financiera, la relación con el alcohol y la cocaína amenazaban su integridad física. 
El dinero no le importaba demasiado, cuando en los comienzos actuó en radio El Mundo, iba a pura pérdida, después de pagar a los músicos le quedaba un saldo negativo de catorce pesos. Hugo Baralis relata como el Gordo los sorprendía en los recesos de las actuaciones en el cabaret jugando al pase inglés. Y después de retarlos enérgicamente, realizaba su apuesta. Cuando la Caja Nacional de Ahorro le otorgó un premio manifestó su intensión de donar el dinero al Hospital Muñiz. Pero como al otro día perdió todo en el hipódromo, vendió el Cadillac que tenía para poder realizar la donación. 
A este estilo de vida Pichuco lo llamaba "vivir al bardo". Significante que remite a embrollo, a problema, deriva del mismo el verbo bardear, que es apócope del lunfardo balurdo.
En la entrevista a María Esther Gilio le confesaría a la periodista que tenía unas ganas de morirse que no podía más. Murió el 18 de Mayo de 1975. A la medianoche, porque como ya lo había dicho: "Soy hombre de la noche para todo, hasta para morirme". 
            
5- Hermanos de la noche-tiempo.

Troilo comentó cómo en una oportunidad componía. Partía de la letra, la masticaba, la aprendía de memoria y la tenía todo el día en la cabeza envolviéndola en la música. Si bien no escribía las letras, como me lo ha sugerido Blanca Sánchez, su música le daba sonido a la voz áfona que envuelve la palabra. 
Con Cátulo Castillo tuvo una hermandad muy provechosa, dejaron temas memorables como "Desencuentro". Un significante que explica cómo el amor no logra recubrir la inexistencia de una relación entre los sexos. 
Juntos compusieron ese sermón de vino, en el cual alguien busca un licor que aturda, entre lágrimas de ron, que es "La última curda". En un diálogo con el bandoneón alguien interroga  "¿No ves que vengó de un país que está de olvido, siempre gris, tras el alcohol?" Pero antes de ese final memorable nos hace saber que, tras ese retazo de olvido, palpita un amor ausente. 

"Pero es el viejo amor
que tiembla, bandoneón,
y busca en el licor que aturde,
la curda que al final
termine la función
corriéndole un telón al corazón...
Cerrame el ventanal
que arrastra el sol
su lento caracol de sueño..." 

También con Cátulo escribieron "Una canción", donde alguien apura la copa de alcohol hasta final y le pide a una mujer con olor a ron en su bata de percal que le canté una canción para matarle la tristeza, para dormirlo o, al menos, para aturdirlo un poco. Están los dos en curda y el le pide, con  "la pena sensiblera" que le da la borrachera, que repita una vez esa canción y que le sirva un poco más de ron:

"La copa de alcohol hasta el final 
y en el final tu niebla, bodegón... 
Monótono y fatal 
me envuelve el acordeón 
con un vapor de tango que me hace mal..."

Cátulo Castillo escribió que la musa tanguera que lo inspiraba a Troilo quizás sea la misma musa negra de Baudelaire, que el músico era capaz de morder una amarga filosofía ciudadana que se terminaba transformando en amistad, con una sensibilidad siempre atenta al llamado de la noche, entre tangos, naipes y copas. 
Como hermanos de la noche-tiempo define Julián Centeya la relación entre Aníbal Troilo y Homero Manzi, su letrista preferido.  
De Homero Manzi, Troilo decía que era como un hermano con la misma sensibilidad, decía que el poeta simplemente "estaba en el misterio". Para Troilo, más que un letrista, Manzi había sido un acontecimiento, su creacionismo era el resultado de un poeta que, nos dice  Pichuco, conversaba con la vida vivida. 
Juntos compusieron una de las piezas más bellas titulada "¡Che bandoneón!", donde otra vez el  poeta dialoga con instrumento para hacerle frente al dolor, al corazón que sufre, a la muerte de mujeres, entonces con el alcohol llega la confesión, donde la pena, la copa y el tango entran en una equivalencia simbólica:

"Bandoneón,
hoy es noche de fandango
y puedo confesarte la verdad
copa a copa, pena a pena, tango a tango,
embalado en la locura
del alcohol y la amargura." 

Por mas que esté " de olvido el corazón" ella retorna cada noche como una canción en las gotas del llanto del bandoneón. El final resulta realmente conmovedor:

"Tu canto es el amor que no se dio
y el cielo que soñamos una vez,
y el fraternal amigo que se hundió
cinchando en los tormentos de un querer.

Y esas ganas tremendas de llorar
que a veces nos inundan sin razón,
y el trago de licor que obliga a recordar
si el alma está en “orsái”, ¡che bandoneón!"

Es llamativo que el licor, tan asociado al olvido, obligue a recordar, si el alma está en "orsái", metáfora futbolera para decir que se está jugando en posición adelantada, es decir se está fuera de juego. 
Un capítulo aparte merecen los homenajes rendidos a Pichuco por los mismo tangueros. Astor Piazzola compuso la Suite Troileana, en cuatro actos con los nombres de sus pasiones más importantes: Bandoneón, Zita, Whisky y Escolaso. 
Juan Gelman dijo que en Troilo la búsqueda del detalle muestra "...la totalidad que  Troilo vivía con su música. El vino, la droga, los tres días de perderse en la ciudad son justamente eso: detalles." Lo central de su vida era cuando se sentaba con su bandoneón, cerraba los ojos, y conversaba con el instrumento; permitiéndonos así entrar con él en el misterio. 
Pichuco y su bandoneón eran inseparables compañeros de las noches porteñas. El gordo quedaba herido por la bohemia del arrabal, Por eso en una oportunidad en la que lo llamó a la casa Julián Centeya, lo atendió Zita y le pidió que lo llamara más tarde, porque el Gordo estaba "cicatrizando". 
Homero Expósito escribió los versos de "Ese muchacho Troilo" que musicalizó Enrique Francini, allí lo justifica:

"Por eso el gordo Troilo
tiene tantos pecados con razón,
que al lado de Jesús y al lado del ladrón
también ganó su cruz de angustias y de alcohol..."




Bibliografía. 
   
Amuchástegui, Irene. Troilo. Ídolos del espectáculo argentino. Clarín, 2008.
Autores Varios. La historia del tango. Aníbal Troilo. Corregidor. Buenos Aires, 1999
Autores Varios. Aníbal Troilo. Tango de colección. Clarín, 2005.
Cadícamo, Enrique. Mis memorias. Buenos Aires, 1989. 
Ferrer, Horacio. El libro del tango. Ediciones Ossirio-Vargas. Buenos Aires, 1970.
García, Jiménez. Estampa de tangos. Rodolfo Adolfo editor. Buenos Aires, 1968. 
Gilio, María Esther. Aníbal Troilo Pichuco. Conversaciones. Perfil libros. Bue nos Aire s, 1998. 
López Ruiz. Piazzolla, loco, loco, loco. De la Urraca. Buenos Aires, 1994. 
Marín, Carlos. La vida de Aníbal Troilo. Bonum, 1974. 
Miller, Jacques-Alain. El partenaire-síntoma. Paidós. Buenos Aires, 2008. 
Salas, Horacio. El tango. Planeta. Buenos Aires, 1995. 

Tangos citados:

"Maldito tango", 1916. De Luis Roldán. 
"Corrientes y Esmeralda", 1934. De Celedonio Flores. 
“Tiempos viejos”, 1926. De Francisco Canaro y Manuel Romero.
"Los mareados", 1942. De Juan Carlos Cobián y Entique Cadícamo. 
"El gordo triste". De Horacio Ferrer y Astor Piazzolla. 
"La última curda", 1956. De Cátulo Castillo y Aníbal Troilo. 
"Desencuentro", 1962. De Cátulo Castillo y Aníbal Troilo. 
"Una canción", 1953. De Cátulo Castillo y Aníbal Troilo 
"¡Che bandoneón!", 1949. De Homero Manzi y Aníbal Troilo.  
"Ese muchacho Troilo". De Homero Expósito y Enrique Francini, 

Ilustración: Aníbal Troilo por Hermenegildo Sàbat

Luis Darío Salamone 



Comentarios

  1. Emotivo..me encantó este artículo .(Mercedes López Santos (a) La marquetiss

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