TABAQUISMO: UNA BARRERA DE HUMO
“De paso quiero señalar que es preferible tomar notas que fumar, incluso el fumar no es buen signo en cuanto a escuchar lo que digo. No creo que se pueda escuchar bien a través del humo.”
Jacques Lacan. (1)
El psicoanálisis no parece haberse preocupado demasiado de la cuestión del tabaquismo. Hay análisis que transcurren sin que la relación de un sujeto con los cigarrillos se vea tocada. Sin embargo, al tratarse de un hecho donde el goce se pone en juego, resulta interesante abrir un interrogante.
Antonio Escohotado (2) opina que, de las dos sustancias narcóticas cuyo consumo están permitidos socialmente, quizás sean, una de las más adictivas y la otra de las más nocivas para el organismo. Se refiere a la nicotina y al alcohol.
Alcanza con comprobar la difusión que tiene el consumo de cigarrillos para suponer lo adictivo que resulta. Freud mismo, al cual la cocaína no logró cautivarlo, pese a encontrarlo en una época en la cual la misma no tenía mala prensa, no lograba abandonar su cigarro. En la correspondencia entre Freud y Fliess (3) podemos leer la importancia que Freud le otorgaba a sus cigarros. Por 1929 escribe: “Comencé a fumar a los 24 años, primero cigarrillos y muy pronto exclusivamente cigarros... Estimo que le debo al cigarro un gran crecimiento de mi capacidad de trabajo y un mejor dominio de mí mismo”. En una carta del 19 de Abril de 1894 Freud le describe a Fliess sus padecimientos en un fallido intento por abandonar el hábito de fumar. Asegura que las torturas padecidas por la abstinencia eran inesperadamente violentas.
1- El humo en la sesiones
En el libro donde Pierre Rey (4) testimonia acerca de su tratamiento psicoanalítico dirigido por Jacques Lacan, nos entrega una nota de importancia que nos permite ver cómo puede ser manejado un tema que no se ha discutido mucho por parte de los psicoanalistas: cómo tratamos el hábito de fumar en el seno de la experiencia analítica. Algunos psicoanalistas optan por no dejar fumar, otros por permitirlo. Quizás, también en este punto debamos respetar la particularidad del caso.
Rey comenta que Lacan en oportunidades encendía un cigarro. Por su forma deduce que se trata de los Punch Culebra de Davidoff. Son fáciles de identificar porque son retorcidos. Pero no son fáciles de conseguir y en ese momento, según se asegura en el libro, sólo se podían encontrar en Ginebra. Como Rey viajaba le preguntó si quería que se los trajese. Lacan aceptó. Se armó un ritual en el que le traía un par de cajas de sus viajes y que Rey consideraba sumamente placentero, porque se las hacía pagar en su totalidad. Mientras tanto el escritor encendía un cigarrillo tras otro en el consultorio llenándolo de humo. Haciendo mímica, Lacan le hace saber que le irritaba que le pasara el brazo delante de la cara para utilizar el cenicero, Rey termina dejándolo sobre su rodilla.
Lacan, que no había tenido inconvenientes en que la cuestión del fumar entrara en el tratamiento, sin embargo pone en juego un acto para manifestar su inconveniencia. No le dice que no hay que fumar, realiza un acto que tendrá una consecuencia directa para que el analizante abandone el cigarrillo en las sesiones. Le hace una observación acerca del humo que poblaba el consultorio. La reiteró hasta que Rey captó que era preferible no fumar en el mismo. Hay una intervención de Lacan indirecta, no hay mayor descripción al respecto, que apunta al humo, a señalar su inconveniencia. Esto lleva al paciente a dejar de sacar constantemente sus Philip Morris del bolsillo. Y lo que nos dice resulta asombroso; afirma que allí abandonó uno de sus últimos automatismos de defensa. ¿No tenemos en este relato una lección de cómo tratar lo que puede aparece en un sujeto a título de resistencia?
Antonio Gómez Rufo, en la denominada por él mismo “Obra Guasa” que titula. Cómo defender nuestro derecho a fumar (5), ubica que una las principales ventajas del fumar es que permite tomarse unos segundos para reflexionar, por ejemplo, ante una pregunta comprometida.
Pasemos en limpio: alguien puede fumar para reflexionar, para pensar, y sabemos que esto va a contramano de la asociación libre. Fumar puede estar en el análisis al servicio de la resistencia. Sin embargo, Lacan no le impidió a Rey que fume, dejó que se instale la relación con el tabaco en el campo de la transferencia. Una vez allí, trató el tema con un acto que desmanteló, más que el acto de fumar en sí, la resistencia misma del sujeto. Ese cigarrillo quizás le daba una pausa para no asociar libremente, le permitía pensar antes de hablar. Una lección de cómo tratar la resistencia sin apelar al discurso amo. En nuestro epígrafe extraído de “El acto analítico” (6) Lacan ubica que el fumar resulta inconveniente, más que para asociar, para ser escuchado. En el párrafo siguiente se refiere a la cuestión de la resistencia.
Una joven analizante subrayaba su necesidad de fumar, particularmente al hablar por teléfono, le permitía tornar soportable aquello que escuchaba del otro; en otras oportunidades, se trataba simplemente de poder enfrentar el mundo o de lograr soportar lo real. Para esto, aseguró, con los cigarrillos levantaba una barrera de humo.
Por otra parte, ¿no tenemos frecuentemente analizantes que, fumando muchísimo, antes de entrar al consultorio apagan su cigarrillo, y en ese acto evitan hablar de su relación con el mismo? Como en otras cosas, no hay una regla de cómo tratar este punto dejando la táctica, como siempre, bajo la responsabilidad del analista.
2- ¿Por qué fumamos?
Esta es la pregunta de la cual parte la obra de Iain Gately que recorre la historia del tabaco. (7) Es un hecho que el tabaco se ha extendido por diversas culturas, pasando a formar parte de sus mitos de creación y sus demonologías. La relación de un sujeto con el cigarrillo acostumbra a comenzar como una suerte de experimento, del cual no es ajeno el proceso de identificación, pero en muchas ocasiones lo lleva a un proceso compulsivo al que no puede ponerle freno, por más que así considere que tiene que hacerlo.
La relación entre el hombre y el tabaco puede rastrearse en épocas remotas. Se calcula que entre cinco mil y tres mil años antes de Cristo se cultivó por primera vez en la zona andina entre Perú y Ecuador. Con la llegada de Cristóbal Colón a América, en 1492, se extendió hacia el norte. Pero, sin embargo, pocos casos como el del cigarrillo nos ofrecen la posibilidad de captar un instrumento que representa a la sociedad de consumo. Se consume uno tras otro, y así sin parar.
Si bien el tabaco ha contado con varias modalidades de consumo, fueron los americanos los inventores de su consumo por inhalación, dándole a los pulmones, además de su función respiratoria, la de estimulación. Los pulmones son una gran superficie de tejido absorbente que se encuentra recorrida por una vasta red de vasos capilares capaces de transportar tanto el oxígeno como el veneno del corazón al cerebro. Se considera que fumar, luego de la aguja hipodérmica, es la vía más rápida de incorporación al torrente sanguíneo.
Pero esto no resulta suficiente para explicar cómo se constituye en un hábito compulsivo. Es verdad que en sus orígenes pasó a formar parte de rituales de diversa índole. Prácticas mágicas y religiosas, asociadas por Freud a las neurosis obsesivas, le dieron su lugar. Alternativamente se le atribuían capacidades medicinales o nocivas
Con el tiempo llegaron las campañas antitabaco y comenzó a hablarse de “adictos”, palabra que provenía del término legal adictus: se trataba de un condenado a servir para pagar las deudas contraídas. Su esclavitud era consecuencia del exceso, no se trataba de una víctima. Se los consideraba débiles de carácter. Surgieron, entonces, tratamientos que pretendían reforzarlos, antepasados del giro que pretendería darle al psicoanálisis la escuela del yo.
Freud en los “Tres ensayos…”, en el apartado sobre “Autoerotismo” se refiere a la práctica sexual infantil que se satisface en el propio cuerpo, una búsqueda de placer que se despertó al frecuentar el pecho materno. Cuando el Otro no está presente el sujeto puede recurrir a sí mismo, hasta que se vea empujado a buscar otros labios. Pero si esa zona erógena persiste en su valor, los sujetos llegarán, al ser adultos, a tener particularmente un fuerte gusto por los besos, pero quizás también por beber o fumar. La represión dará lugar al asco, a los problemas de alimentación, a los vómitos histéricos.
3- Los tratamientos.
Paradójicamente, la droga más utilizada para dejar el hábito de fumar es la nicotina. Se trata de que sea consumida bajo otras formas, como chicles, aerosoles o parches trasdermales. También se realizan sustituciones con otras drogas.
Una técnica habitual es que se reduzca gradualmente el consumo de nicotina; también se solicita que realice un registro de lo que se fuma. En el otro extremo, se trata de que fume más compulsivamente que lo normal, fumando en el menor tiempo posible la mayor cantidad de cigarrillos. También tenemos los grupos de autoayuda. Además, la técnica de “retención del humo”. Se trata de retener el humo en la boca, sin que pase a los pulmones por entre 30 o 45 segundos, respirando por la nariz.
Vemos en todas estas técnicas recomendadas y otras por el estilo los intentos de domeñar el goce, de provocar un efecto de asco allí donde el sujeto se veía empujado al cigarrillo.
El psicoanálisis le da la oportunidad a aquel que lo demande de cuestionar una relación con su goce, sin procurar domeñarlo ni apostar por la represión.
Muchos tratamientos para dejar de fumar terminan con un sujeto que tiene asco por el humo del cigarrillo, por su olor. Como vimos en el punto anterior, Freud asoció este tipo de salida con una eficacia basada en el poder de la represión.
Sandor Ferenczi (8) se refirió al horror a fumar puros y cigarrillos afirmando que este no hace más que reemplazar la angustia devenida por un placer que el sujeto considera dañino. Fumar y tener relaciones sexuales son cosas permitidas a los adultos, mientras que a los niños se los amenaza y se los castiga. Nos remite a su interpretación del antialcoholismo.
Carl Jung, por su parte, le hizo llegar su interpretación a Freud: los cigarros eran un símbolo de poder, un sustituto del pene. A Freud no le gustó demasiado esta interpretación y le contestó: “A veces un cigarro no es más que un cigarro”.(9)
4- Días sin fumar.
Uno de los testimonios más interesante en relación sobre el tema nos los brinda el periodista español Vicente Verdú, quien decide escribir un diario a partir de la mañana en que decide dejar de fumar. Con un promedio de treinta cigarrillos diario, escucha a su médico sobre los inconvenientes de continuar con su hábito. Si bien sabía lo que el médico le decía, por primera vez lo escucha como un dictamen. No se trató de una intimidación sobre las probabilidades de contraer cáncer. Nos asegura que esto no suele causar efectos debido a su monotonía o a la angustia que provoca, llevando a una necesidad irrefrenable de fumar. Se limitó a señalar sus consecuencias seguras: una jubilación anticipada, y un recorte de varios años de esperanza de vida. Lo que sigue es el relato de un esfuerzo soportado, en parte, en el hecho de escribir: “Tengo necesidad de fumar pero puedo estar sin fumar si escribo lo que siento sin fumar. Aunque la verdad es que, sin fumar, lo único destacable que siento son ganas de fumar”. (10) Al principio, se ve como una víctima, fracasada al fin, plegada en su propio dolor, sin destino. Siente cómo la violencia se superpone al dolor, la masa al vacío. Se ve como el muerto del duelo. No tarda en hacerse sentir una falla, una falta, como si le hubieran extraído una pieza vital que le permitía marchar por la vida. Tampoco se demora en verse golpeado por la angustia y la impotencia. Duda si pretende apartarse de un bien que aborrece, o un mal que ama. Para Verdú, el deseo de fumar es dolor puro que arrasa la razón, ante el cual cualquier conocimiento resulta rudimentario. Según nos dice, es preciso dejar de sentir, de pensar, arrumbar el juicio y el gusto. A partir de entonces reconoce verse simplemente como un ser castrado. (11)
Con respecto al tema, frecuentemente debatido, de si el cigarrillo produce placer, Verdú toma la posición de que se trata más bien de atenuar el dolor, se fuma para resistir. El miedo, la tensión, el desasosiego, pueden estar presentes antes de recurrir al tabaco, este las mitiga, y cuando ese soporte falta, reaparecen con más fuerza.
Luego de tres meses termina estas crónicas de los días sin fumar. Los cambios descriptos son notorios: duerme y come bien, se cansa menos, ya no le duele la cabeza. No le molesta que los demás fumen ni siente repugnancia por el olor a cigarrillos. Ya no le compensa fumar. Hará lo posible por no fumar, pero hay una identificación que perdura: considera que será fumador el resto de su vida. La relación con el tabaco es comparable a la relaciones amorosas, ambas configuran un código por el cual se traduce el mundo. El mundo posee cierto orden determinado a través de ellos. El tabaco es una suerte de versión y administración del mundo. Esto hace que al abandonarlo se vea obligado a rearmar su vida.
Verdú nos muestra un proceso que el psicoanálisis permite resolver, así como él se valió de la escritura. La solución de escribir no es para todo el mundo. Julio Ramón Ribeyro decía: “Yo no sé si fumo para escribir o escribo para fumar”.(12) La orientación lacaniana trabajará a contramano de esa identificación de la cual el escritor abstinente no logró sustraerse, la de ser fumador. Sin embargo, resulta un precioso testimonio de la función del tabaco para un sujeto, de la lucha por suprimirlo de su vida y de las consecuencias obtenidas.
La irónica afirmación de Oscar Wilde, “Un cigarrillo es el perfecto ejemplo de placer perfecto. Resulta exquisito y te deja insatisfecho. ¿Qué más se puede pedir?”, (13) nos permite considerar que en el mismo punto que lo lleva a un sujeto a fumar se ubica la falla que lo puede llevar a cuestionarse esa experiencia de goce.
Notas Bibliográficas:
(1) Lacan, J., Seminario 15 “El acto analítico”, inédito, clase del 24 de Enero de 1968.
(2) Escotado, A., Aprendiendo de las drogas, Anagrama, Barcelona, 1995.
(3) Freud, S., Cartas a Wilhewlm Fliess (1887-1904), Amorrortu, Buenos Aires, 1994.
(4) Rey, P., Una temporada con Lacan, Seix Barral, Buenos Aires, 1990.
(5) Gómez Rufo, A., Cómo defender nuestro derecho a fumar, AEPI, Madrid, 1992.
(6) Lacan, J., Seminario 15 “El acto analítico”, inédito, clase del 24 de Enero de 1968.
(7) Gately, I., La diva nicotina. Historia del tabaco, Vergara, Barcelona, 2003.
(8) Ferenczi, S., Teoría y técnica del psicoanálisis, Lumen-Horme, Buenos Aires, 2001, p. 239.
(9) Gately, I., La diva nicotina. Historia del tabaco, op. cit,, p. 221.
(10) Verdú, V., Días sin fumar, Anagrama, Barcelona, 1989, p. 21.
(11) Ídem. p. 36.
(12) Citado por Hebe Uhart en “Para dejar de fumar” Vagón fumador, Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2008.
(13) Gately, I., La diva nicotina. Historia del tabaco, op. cit., p. 299.
Luís Darío Salamone
Hay humos y humos ...
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