FRANCIS SCOTT FITZGERALD: LOS NOMBRES DEL FRACASO                                      

"Dime quien es un héroe y te diré donde hay una tragedia".
F. S. Fitzgerald (1)

1- La generación perdida. 

Fue una amiga de Ernest Hemingway, Gertrude Stein, quien en una oportunidad le dijo al escritor que él y sus amigos eran en verdad una Lost Generation. En su libro París era una fiesta el escritor reconocerá ese título otorgado. Tanto Hemingway, como Francis Scott Fitzgerald, William Faulkner, John Steinbeck, y John Dos Passos, entre otros, pertenecen a ese puñado de grandes escritores norteamericanos que recibieron la denominación de "la generación perdida", y que circularon por París y otras ciudades de Europa en un período que comprendió desde el final de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) hasta la Gran Depresión (1930), cuando el materialismo de la sociedad en la que vivían estaba a punto de estallar en el marasmo económico que llevó al Crack de 1929. El clima de pesimismo de la posguerra y la depresión no dejó de impregnar sus obras, así como cierto vacío cultural que soportaran en su país y los llevó a muchos de ellos a viajar a París. 
En Francia se la conoció también como la Generación del Fuego. El paso de esa denominación al de la Generación Perdida quizás podría entenderse con lo que planteaba Fitzgerald cuando aseguraba que la vida es sólo un permanente proceso de deterioro. Uno de los méritos de este escritor fue narrar cómo se jugó ese impacto, que leyó en la época que lo tocó vivir, en el terreno de lo subjetivo. 


2- Francis y Zelda

Francis Scott Key Fitzgerald es un escritor cuya obra fue macerada en jazz y alcohol. Desde pequeño se propuso ser famoso, cuando despidieron a su padre de su empleo prometió que no sería un fracasado como él. Empezó a escribir desde muy temprano. Se alistó en el ejército, pero la Primer Guerra Mundial terminó antes de que fuera embarcado. Mientras duró su entrenamiento escribió su primera novela que no fue aceptada por los editores. En las cinco novelas y varios cuentos que escribirá, circularán personajes atractivos y exitosos, condenados irremediablemente al fracaso bajo todos los nombres posibles: quiebra, hundimiento, ruina, bancarrota, desmoronamiento (2). Él mismo fue alguien que consiguió un éxito, y el proyecto literario que lo posibilitó, según Alan Pauls, tuvo como eje explorar las formas posibles de perderlo todo: "fortuna, juventud, belleza, talento, notoriedad, potencia". Los frutos del capitalismo y la bancarrota no aparecen tanto en la vertiente económica en sus historias, sino que se muestran en las crisis familiares y en derrumbes amorosos, en cambios drásticos que afectan una vida donde todo se desmorona. Como lo plantea Marcelo Cohen (3), Fitzgerald es el arquetipo del ascenso y la caída de los jóvenes americanos de aquella época.  
Conoció a Ginevra King en un baile; el padre de ella rompió el noviazgo con una frase que el escritor utilizará en El gran Gatsby: “las niñas ricas no se casan con niños pobres”. Fue su primera musa y muchas de las mujeres que se encuentran en sus textos se le parecen. 
Conoció a Zelda Sayre y en 1919 también en un baile. Del instante en que la conoció dijo; "Hizo que todo se derritiera dentro de mí". No tardaron en comprometerse, procuró mantenerse escribiendo historias cortas y con un trabajo en una agencia de publicidad, pero la pareja sufrió vaivenes de entrada. Zelda rompió el compromiso al considerar que no podía mantenerla con el estilo de vida que pretendía. Así afrontaría la primera de varias crisis depresivas. 
Con la aparición de su primera novela This side of paradise (A este lado del paraíso) en 1920 comenzó su éxito literario teniendo sólo 23 años y volvieron a estar juntos. Fueron la pareja del momento, concurriendo a grandes fiestas. Se casaron en la Catedral de St. Patrick de Nueva York. Tuvieron una única hija, Frances Scott Fitzgerald, que nació el año siguiente. 
La pareja llevó adelante una vida de viajes, lujos, pasión amorosa y celos, bebieron el mundo y fundamentalmente mucho alcohol. Ella le daba a su marido material para su literatura y también lo atormentaba. 
Jacques-Alain Miller en "El partenaire síntoma" (4) nos dice que cuando se juega la causa del deseo, del lado hombre tenemos el plus de gozar y del lado mujer, el amor loco. El amor es sin límites, por esencia. La relación con Zelda fue un amor loco, desenfrenado. 
París los reunió con escritores como Hemingway, Ezra Pound o James Joyce. Juntos quemaban la vida desaforadamente. Eran el hambre y las ganas de comer. Pero no tardaron en comenzar a devorarse. Las fiestas habían terminado. Y entonces se separaron. Él inmerso en el alcoholismo, ella, en la esquizofrenia. 


3- Una lógica del fracaso.  

Su novela más célebre es The great Gatsby (El gran Gatsby) (5); apareció en 1925 y no contó en principio con una buena acogida, ni de la crítica ni del público. La historia está narrada por Nick Carraway, quien se interesa por su vecino, un "nuevo rico" que da fiestas espléndidas en su mansión y prosee una fortuna de oscuros orígenes. Gatsby seguía amando después de cinco años a Daisy, la prima de Nick, de la cual se separó cuando fue a la guerra. Ella no esperó que retornara y se casó con Tom Buchaman. Se sumaba a las reuniones Jordan Baker, una famosa jugadora de golf, por quien Nick se interesaría, pero sin lograr un buen final. Tom tenía una amante casada con un mecánico. Gatsby presionó a Daisy para que le diga a Tom que nunca lo amó, pero ella no pudo hacerlo. Al enterarse de la relación, Tom sacó a relucir los negocios de Gatsby con el tráfico de alcohol. Volviendo a la casa con el auto, Daisy con Gatsby, ella al volante, atropellan por accidente a la amante de Tom, pero no se detienen. Gatsby decide atribuirse el accidente. Tom le hace saber al marido que Gatsby quien fue el responsable de la muerte. Éste decide dispararle un tiro a Gatsby cuando estaba en su piscina y suicidarse. Esperaba inútilmente el llamado de Daisy para escapar juntos. Fueron muy pocos quienes asistieron al funeral. Sobre todo teniendo en cuenta la multitud que concurría a sus fiestas. 
De alguna manera, Fitzgerald suscribe a la tesis lacaniana de que el objeto está perdido por naturaleza (6); todos los esfuerzos de Gatsby resultaron vanos en el intento de recuperarlo, como mucho se vuelve a encontrar ciertas coordenadas de placer, pero el objeto no es recuperable. Por eso las novelas de este autor están impregnadas de cierto aire de nostalgia. 
Quizás Tender is the Night (Suave es la noche) (7), publicada en 1934, sea su novela más compleja; tardó más de ocho años en escribirla, y es la más atractiva para sus lectores, por los tintes autobiográficos que nos presenta. El escritor tuvo que sortear problemas económicos, con la bebida y la enfermedad de Zelda que en 1932 fue hospitalizada en Baltimore. 
La novela trata, una vez más, del ascenso y la caída, en este caso de un prometedor psicoanalista, Dick Diver, y su mujer Nicole, que era su paciente. Nicole recibe el mismo diagnóstico que le darán a su propia mujer: esquizofrenia. En la novela, el personaje oscila entre su amor por Nicole, y por Rosemary, con quien inicia un idilio que será el comienzo del desmoronamiento. La explicación del hundimiento es la misma que dará con respecto de su propia caída: una bancarrota emocional. Fitzgerald nos relata una historia de la que la culminación parece preanunciarse, luego nos hace espectadores de ese desmoronamiento. El final muestra aquello de lo que Fitzgerald luchaba por escapar: una mediocridad que lo lleva a ser médico de un pueblo perdido. Dick le dice a un paciente que la misión del artista es ir hacia las fronteras de la conciencia, allí donde reina una oscuridad que nos pertenece a todos y, al lado de la cual, nuestra noche es suave. 


4- Un vuelco trágico. 

El ascenso y la caída que son los ejes de su obra y de su vida, fue uno de los temas que trabajó Sigmund Freud cuando se interesó por los rasgos de carácter. Volvemos, cada vez que nos interesamos por ciertos personajes ilustres que brillaron con una estrella fugaz hasta desaparecer, a referirnos a los que fracasan al triunfar. La tesis freudiana que sostiene que los sujetos enferman cuando la libido no encuentra un camino de realización, se pone a prueba en estos casos en los que los hombres enferman cuando un deseo perseguido se les realiza, como si no pudiera soportarse la dicha. El vínculo causal entre el desencadenamiento de un proceso neurótico que resulta una calamidad para el sujeto y el éxito que este había obtenido no puede ponerse en duda. Y entonces se produce lo que Freud califica como un vuelco trágico. 
Freud nos pone como ejemplo casos que bien hubieran podido ser narrados por Scott Fitzgerald para plantear cómo la enfermedad surge en el momento en que se un cumple el deseo, un deseo ligado a un goce -Freud lo plantea en estos términos-, y el accionar apunta directamente a aniquilar el goce en juego. No sólo están las frustraciones exteriores; en los casos de sujetos que se hunden luego de triunfar, una frustración interior hace sentir sus efectos, cuando la exterior cede y da lugar al cumplimiento del deseo. El yo es capaz de tolerar los deseos como inofensivos mientras se jueguen en el plano del fantasma, y se mantengan alejados de su cumplimiento en el plano de la realidad. Freud nos reconduce al trabajo analítico para encontrar las razones en los poderes de la conciencia moral, que impide extraer un provecho largamente esperado en un cambio en la vida, impidiéndole ser feliz. Si bien plantea que resulta difícil encontrar estas tendencias punitivas, ya se prefigura el accionar del superyó. Decide para elucidar estas cuestiones, más que basarse en casos clínicos, hacerlo en las grandes figuras de la literatura. Lady Macbeth, de Shakespeare, es alguien que se derrumba tras alcanzar el triunfo luego de buscarlo enérgicamente. Antes no manifestaba ninguna duda, ningún conflicto interior, puede incluso llegar a sacrificar su feminidad, hasta que se apodera de ella algo imperceptible que va ganando terreno, algo como una desilusión, como un hastío. Freud se pregunta la razón del derrumbe, de aquello que destruyó ese carácter forjado en el metal más duro. ¿Acaso es aquello que es la contracara de la hazaña cumplida, la desilusión? Lady Macbeth no nos permite averiguar por qué, después de lograr el triunfo, sobreviene el derrumbe. 
Es en Rosmersholm, el drama de Ibsen, donde Freud encuentra un atisbo de respuesta para sus interrogantes. Es la historia de una aventurera intrépida que logra la realización de sus deseos, pero sin recoger los frutos de su esfuerzo. Cuando la dicha está al alcance de la mano, dice su protagonista, el pasado le bloquea el camino a la felicidad. Ahora Freud es contundente: la conciencia de culpa es la que le deniega el goce. Un sentimiento de culpa que ningún perdón es capaz de aplacar. Aparece en el horizonte lo que ni los casos ni los personajes literarios termina de dibujar: el accionar demoledor del superyó. Esos vuelcos trágicos son para Freud los que determinan un destino. En Freud, el fracaso es uno de los nombres del superyó. 


5- El crack-cup

Francis Scott Fitzgerald se lamentaba de no saber si su vida era real, o en verdad se trataba de que, él mismo, era uno de los personajes de sus novelas. En un artículo que considera una "revelación personal" asegura que "toda vida es un proceso de demolición" (8); con esta afirmación comienza su descripción de lo que denomina crack-up. La parte dramática del asunto está dada por los golpes que parecieran venir desde afuera, que recuerda y carga con culpas, pero que no se muestran en el acto. Hay golpes que vienen desde dentro y sólo se sienten cuando es demasiado tarde y ya no se pueden tomar medidas. Sólo queda la certeza de que uno no será jamás como antes. La filosofía del escritor era entender que hay cosas irremediables y que sin embargo se puede decidir cambiar. Aquello que veía como imposible parecía hacerse realidad. En su opinión todo dependía de una proporción adecuada entre inteligencia y esfuerzo. Eso lo llevó a tener éxito en el improbable terreno de las letras. Los problemas de la vida parecían solucionarse por sí mismos, y si no el trabajo le permitía que deje de pensar en ellos. La convicción de que el fracaso es algo inevitable se compensaba con la firme determinación de triunfar. 
Vivía "a toda máquina" y llegar a los cuarenta y nueve años con ese estilo de vida le parecía correcto, no se podía pedir más. Pero diez años antes de llegar a esa edad se había derrumbado. 
Fitzgerald menciona tres formas en los que el derrumbe se manifiesta: en la cabeza, en el cuerpo y en los nervios. Casi delimitando los tres registros lacanianos: lo simbólico, lo imaginario y lo real.  El sujeto queda sin poder de decisión. Pone el ejemplo de un personaje vinculado a la generación perdida, William Seabrook, autor de La isla mágica y Asylum. Este hombre sentía una fuerte atracción por el ocultismo, el satanismo y el vudú, y se vinculó con el ocultista inglés Aleister Crowley; fue tratado por alcoholismo en una clínica psiquiátrica y murió por sobredosis de drogas. Lo que lo lleva a ese punto, asegura Fitzgerald, es un colapso del sistema nervioso. 
La conciencia del derrumbe no llega en el momento del golpe, sino cuando se hace posible un respiro. 
El escritor comenta ese momento en el que tiene una repentina intuición de que debe estar sólo, motivo por el cual decidió aislarse. Podía llegar a dormir veinte horas por día y cuando estaba despierto se esforzaba por no pensar; para no hacerlo hacia listas que luego rompía, de jefes de caballería, de jugadores de béisbol, de hobbies, de zapatos, de mujeres que le habían gustado. Con esto se sintió mejor. Fue entonces cuando, tomando su expresión, "se rajó como plato viejo". Insistirá mucho en esta historia del plato rajado. Dice que las cosas que tendrían que hacerse descansan en la matriz del tiempo, y que captó que había estado dos años viviendo de recursos que no tenía, que se había hipotecado física y espiritualmente. La brújula se rompió, el orgullo de tener una dirección, la confianza de una independencia duradera se evaporaba entre sus manos. Todo acto se había tornado en un esfuerzo, su libido se había retirado de las cosas queridas. Personas y cosas habían dejado de gustarle, por eso "sólo había mantenido una desvencijada ficción de gusto" (9). El amor se había transformado en un pobre esbozo de amor; las relaciones ocasionales, un recuerdo de las visitas que debía hacer. Todo se tornaba difícil de tolerar, la radio, las propagandas de revistas, el chirrido del tren, el silencio del campo. Odiaba las noches de insomnio y los días que avanzaban irremediablemente hacia la noche.  
Trataba de agarrase de algo, le gustaban los médicos, las niñas menores de trece, los niños de más de ocho, y los hombres viejos, con la cara curtida. A los amigos podía recordarlos como fantasmas, algo que califica de inhumano y escuálido, y en los niños encuentra el de verdadero síntoma del derrumbe. Se había producido una grieta. Podía irse e internarse en el mundo de la amargura. La sal había perdido su sabor. 
Al sujeto hundido sólo le queda el consuelo de pensar en quienes padecen una verdadera miseria, pero esto no le sirve a las tres de la mañana y las metáforas no alcanzan, la noche del alma, como la denomina, no se parece a la de San Juan de la Cruz, se parece a una noche realmente oscura y el sueño no ofrece refugio. Pero el retiro se alarga y el sujeto es testigo de su propia ejecución, de la desintegración de la personalidad. 
Fitzgerald dice: "A menos que intervengan la locura, las drogas o la bebida, esta fase lleva a un callejón sin salida, y lo que sigue es una quietud vacua" (10). Pero la locura no suele ser lo mejor para salvar a un sujeto de la desintegración de la personalidad. Y con respecto al alcohol y las drogas, tanto Seabrook como nuestro autor, son testimonios, más que vivientes, mortales de esas soluciones. 
Situaciones parecidas son descriptas con rasgos en común: un excederse en los límites, una vela consumiéndose por las dos puntas, una demanda imposible de controlar de recursos físicos, como estar en el crepúsculo en un campo de tiro desierto, sin municiones ni blancos. Y un silencio, que nos recuerda al silencio de la pulsión de muerte. La dimensión subjetiva sufre una deflación y reina una vasta irresponsabilidad. En ese periodo de silencio se vio impelido a pensar. 
Así Fitzgerald describe como pasó de ser un joven optimista, al derrumbe de todos sus valores, una caída de la cual no se enteró hasta que estuviera consumada. 
En una noche de desesperación se fue a un pueblo gris a mil quinientos quilómetros, alquiló un cuarto barato y gastó todo el dinero en alimentos. Así afirma que se identificó con sus objetos de compasión u horror. Buscaba la calma absoluta para considerar cómo había llegado a tomarse tan trágicamente la tragedia. Se había convertido en ese hombre que, siendo exitoso, podía vivir una tragedia, esos sujetos de los cuales hablaba en sus novelas, "identificaciones tales conjuran la muerte de toda realización" (11); escribe sobre lo que considera su "autoinmolación", "una cosa negra de humedad", no era algo moderno, la podía ver en otros hombres desde la guerra, en grandes hombres. Y considera que si algunos habían sobrevivido era porque habían tomado la decisión de fugarse del todo. Pero no se trata del escape de una cárcel que sería una excursión dentro de una trampa, sino de una en la cual no hay regreso, porque implicaría anular el pasado. No podía cumplir con las obligaciones que tenía, "la galera de ilusionista estaba vacía", dice Fitzgerald, y describe lo que le sucede como una ruin sensación intoxicante. Su conclusión es que "el estado natural del adulto consciente es un tipo especial de infelicidad" (12) y el esfuerzo constante por ser mejor solamente aumenta la infelicidad. Así concuerda con una de las ideas que Freud nos transmite en "El malestar en la cultura": la cuestión de que el hombre sea dichoso no está contemplada en el plano de la creación. La felicidad de otra época era una especie de autoengaño, era artificial como lo era la prosperidad americana que llegó a su final, y el método utilizado por el mismo Fitzgerald para evitar el sufrimiento, el método que según Freud es el más tosco y eficaz, la intoxicación. Las sustancias embriagadoras ocupan su lugar en la lucha por la felicidad y el alejamiento de la miseria, que pasa a ocupar un lugar central en la economía libidinal. Pero en el escritor también se ponen al servicio de su búsqueda de fracaso. 


6- Un programa de goce. 

Para Deleuze, Fitzgerald es el prototipo del escritor alcohólico, su obra no se comprende sin el alcoholismo como motor y como fin. Nos dice que no se trata de explicar esa grieta de la cual habla el escritor en el Crack-Up, no existe una explicación posible para abordar ese real. Es algo que avanza parsimoniosamente, mudo y de forma definitiva. Otorga un tiempo al sujeto para relacionarse con la pulsión de muerte, para demorarse en la destrucción y palpitarla. Para  Deleuze esa grieta a la cual lleva el alcohol es algo que sólo los alcohólicos pueden experimentar y balbucear. Los abstemios pretenden describirla con una mueca de ridículo. Según Deleuze, el alcoholismo es en sí lo que Fitzgerald plantea de la vida: un proceso de demolición, ya que pone un efecto de fuga del pasado, todo se convierte en lejano y determina la necesidad de beber. 
El gran Gatsby no es grande por su fortuna o por ser buena persona. El "Gran" nos remite a las presentaciones de los magos. Es un ilusionista, al estilo de "El Gran Houdini". De lo que quiere escapar el personaje es del paso del tiempo y sus consecuencias, de lo que se pierde. Gatsby crea un juego de ilusiones para volver a un pasado en el cual el goce estaba presente, o al menos, al caer lo negativo bajo los efectos de la represión, se recuerda como único. Por eso el libro termina con la idea de que vamos, a nuestro pesar, arrastrados hacia el pasado. Como lo plantea Lacan, el pasado no es el pasado, incluso cuando hablamos de él, está historizado en el presente. En todo caso, en ese pasado se juegan los significantes de peso que serán los andaniveles del goce. 
La pulsión de muerte se abre camino empujada por la voz áfona del superyó, y lo que determina el destino trágico es que el superyó ordena gozar; pero este funcionamiento está determinado por lo que Jacques-Alain Miller ha denominado un programa de goce (13). Más que el pasado, como dijimos, se trata de recuperar esos significantes amos que se jugaron en su historia y que conforman cierto programa que lleva al sujeto por los mismos carriles de goce. 
El sujeto se ve arrastrado a su destino por esos carriles de goce, dejando el deseo de lado. Lacan nos dice que en el horizonte de la culpa, que se encuentra en el campo del deseo, se encuentran las cadenas de la contabilidad permanente. Uno puede orientar la vida para estar al servicio de los bienes, pero en este punto se rechaza la relación que un sujeto puede tener con el deseo. Hacer las cosas en nombre del bien, "está muy lejos de ponernos al abrigo no sólo de la culpa, sino de toda suerte de catástrofes interiores". (14)
La segunda novela de Fitzgerald, Hermosos y malditos (The Beautiful and Damned, 1922), comienza con un epígrafe que anuncia: "El vencedor pertenece a los vencidos" (15). El ascenso puede resultar fulgurante, pero hay como un presagio de desastre que se juega desde el primer momento. Se trata de que el programa de goce es vislumbrado, y tropezamos con presagios de lo que vendrá. El escritor recurre a la ficción y a lo autobiográfico para dar cuenta de ese programa de goce que lo empuja al pasado, pero con su escritura no logra poder escapar de él.
Como lo plantea Jacques-Alain Miller en su texto "El porvenir de Mycoplasma laboratorium": "Un análisis debe permitir repetir, aislar, volver legible la escritura del programa del goce que prevalece para un sujeto” (16). La intención es que el sujeto pueda soltarse lo suficiente del mismo y, si es que no le resulta posible lograr cierta libertad con respecto a ese programa, padecerlo lo menos posible. Este es el objetivo que se nos propone para un análisis, con la introducción en la teoría psicoanalítica de la pulsión de muerte por parte de Freud, cuando la primera guerra mundial había mostrado su incidencia estragante, y el sistema de valores estadounidense crecía con el proceso de globalización. Miller señala la continuación de estos desarrollos en el seminario de Lacan La ética del psicoanálisis; la pulsión de muerte avanza encontrando en el discurso científico un trampolín, incidiendo en los modos de goce, otorgando satisfacciones que no alcanzan para erradicar la falta de goce, sino que, por el contrario la intensifican en su frenesí, nos dice Miller, "llevando a ebullición a las sociedades calientes". Este espíritu, hijo del discurso capitalista con el goce en ebullición, es el que encontramos condensado en las novelas de Francis Scott Fitzgerald. El escritor que pudo mostrar la lógica que lleva al sujeto del éxito al fracaso, no pudo escapar a ese destino. Nos mostró cómo el sueño americano se convierte en pesadilla. Su escritura, sin embargo,  no le permitió pasar su goce al inconsciente produciendo un metabolismo que le permita salir de la repetición, una metamorfosis que le posibilite escapar a ese abismo anunciado en el cual finalmente se precipitó. 


7- Final de fiesta. 

Nuevamente con problemas financieros Fitzgerald escribió cuentos y guiones para la Metro-Goldwyn-Mayer; también comenzó su quinta novela que dejó inconclusa, The Love of the Last Tycoon. En esa época vivía en Hollywood con otra mujer: Sheilah Graham. 
Zelda continuó internada en centros psiquiátricos hasta el final de su vida. Murió en el incendio de uno de ellos en Carolina del Norte en 1944.  
Fitzgerald tuvo dos ataques cardíacos y murió alcoholizado el 21 de diciembre de 1940. Por esa época tomaba hasta treinta latas de cerveza y una botella de ginebra por día.
Fueron enterrados juntos en el Cementerio de Saint Mary, en Rockville, Maryland. Un epitafio en sus tumbas retoma la última frase de El gran Gatsby: "Y así vamos, botes que reman contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado." (17)


Referencias Bibliográficas:

  1. Scott Fitzgerald, Francis. “El crack-up”. Crackup. Buenos Aires, 2011, pág. 165. 
  2. Lista realizada por Alan Pauls en el prólogo de “El crap-up”, Crackup, op. cit.
  3. Scott Fitzgerald, Francis. El precio era alto. Prólogo de Marcelo Cohen. Eterna cadencia. Buenos Aires, 2010.
  4. Miller, Jacques-Alain. El partenaire síntoma. Paidós. Buenos Aires. 2008. Pág. 290. 
  5. Scott Fitzgerald, Francis. El gran Gatsby. Orbis. Buenos Aires, 1983.
  6. Lacan, Jacques. El seminario, Libro 7, La ética del psicoanálisis. Paidós. Buenos Aires, 1988. Pág. 68. 
  7. El título es tomado de la Oda a un ruiseñor, de John Keats: Already with thee! tender is the night (IV, 5).
  8. Scott Fitzgerald, Francis. “El crack-up”. Crackup, op. cit., pág. 99 
  9. Ídem, pág. 103. 
  10. (10)Ídem, pág. 107.
  11. (11)Ídem, pág. 114. 
  12. (12)Ídem,p ág. 117. 
  13. (13)Miller, J.-A., “El porvenir del Mycoplasma laboratorioum”, El Caldero de la Escuela. Nueva serie 6, Grama, Bs. As., octubre 2008.
  14. (14)Scott Fitzgerald, Francis. Hermosos y malditos. Bruguera, Barcelona, 1981. Pág. 7. 
  15. (15) Scott Ftizgerald, Francis. “El crack-up”, Crackup, op. cit. pág. 107. 
  16. (16) Scott Fitzgerald, Francis. El gran Gatsby, op. cit., pág. 255. 

Bibliografía:

Deleuze, Gilles. Lógica del sentido. Paidós. Barcelona, 2005
Freud, Sigmund. “Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico”. Obras completas. Volumen 14. Amorrortu editores. Buenos Aires, 1984.
Freud, Sigmund. “El malestar en la cultura”. Obras Completas. Volumen XXI. Buenos Aires, 1986. 
Lacan, Jacques. El seminario, Libro 7, La ética del psicoanálisis. Paidós. Buenos Aires, 1988. 
Lehan, Richard. El mundo de Scott Fitzgerald. Rodolfo Adolfo Editor. Buenos Aires 1972
Miller, Jacques-Alain. El partenaire síntoma. Paidós. Buenos Aires. 2008. 
Miller, Jacques-Alain. “El porvenir de Mycoplasma laboratorium, El Caldero de la Escuela. Nueva serie. Número 6. Año 2008. 
Sánchez, Blanca. “Arreglárselas con el cuerpo y con el programa de goce”, en: http://www.revistaenlaces.com.ar/2.0/archivos/clases/2014/Arreglaserlas%20con%20el%20cuerpo%20y%20con%20el%20programa%20de%20goce.pdf, visitado el 28/12/2015.
Scott Fitzgerald, Francis. A este lado del paraíso. Losada buenos Aires, 2013.
Scott Fitzgerald, Francis. Hermosos y malditos. Bruguera, Barcelona, 1981.
Scott Fitzgerald, Francis. Suave es la noche. Plaza & Janes. Barcelona, 1983.
Scott Fitzgerald, Francis. El gran Gatsby. Orbis. Buenos Aires, 1983.
Scott Fitzgerald, Francis. El precio era alto. Eterna cadencia. Buenos Aires, 2010. 
Scott Fitzgerald, Francis. El crack-up. Crackup. Buenos Aires, 2011.
Scott Fitzgerald, Francis. Tales of the Jazz Age. Collectorr's library. London, 2012.

Fotografías:
1- Leonardo DiCaprio y Carey Mulligan en El gran Gatsby (2013). 
2- Francis y Zelda. 




Luis Darío Salamone






Comentarios

  1. cada día es posible aprender algo nuevo ,,gracias - Mercedes (la Marquetiss es mi cuenta que solo uso para Google)

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