PRÓLOGO DE ERIC LAURENT A “EL SILENCIO DE LAS DROGAS” DE LUIS DARÍO SALAMONE 


L’ÉTOURDIT DE LA DROGA


Se habla de la droga. Se habla en todas partes. Se habla de ella indistintamente. Estamos en el fin de una época, la de la “guerra contra las drogas” lanzada por el presidente Reagan el 14 de octubre de 1982 cuando, entre los diversos ingredientes de la revolución conservadora, decretaba que las drogas ilícitas eran una amenaza para la seguridad de los Estados Unidos. Sin embargo, la expresión misma de “guerra contra las drogas” había sido lanzada por Richard Nixon en 1971. 
En el artículo “El objeto droga” yo remarcaba el momento de báscula en el que nos encontraríamos con un nuevo modo de inclusión del objeto de la droga en la civilización. Estamos ahora en la aplicación de las primeras decisiones efectivas de legalización del uso del cannabis en todo el continente americano. En Estados Unidos, en 2012 y 2013 los electores de Colorado y del estado de Washington, decidieron ser los primeros en legalizar la venta y la posesión de pequeñas cantidades de marihuana para uso recreativo y regular su distribución en base al modelo del alcohol. El presidente de Estados Unidos se expresó públicamente sobre la cuestión comparando el alcohol y la marihuana, colocándolos en un mismo grado de peligrosidad. En estos dos estados, Colorado y Washington, hacía más de un año que la compra para uso recreativo era legal, pero para comprarla era necesario tener una prescripción médica. Ya no es el caso para Colorado desde enero de 2014. “Por primera vez en Estados Unidos e incluso en el mundo –en los Países Bajos tan solo con la despenalización–, la marihuana es de venta libre y accesible a cualquier persona mayor de 21 años, sin necesidad de prescripción médica”.3 
En un país de América Latina, el 22 de diciembre de 2013 se promulgó una ley de legalización, y el gobierno, dentro de los 120 días va a redactar los decretos de aplicación que regirán el cultivo, la distribución y la venta del cannabis con fines recreativos o médicos, como en Colorado. Esta experiencia de producción y de venta de cannabis bajo la autoridad directa del Estado no tiene precedentes en el mundo. La fundación George Soros apoya esta iniciativa. Comienzan entonces los verdaderos problemas. Legalizar es solo un aspecto de las cosas. La adicción permanece. 
Existe una dialéctica entre lo que es posible decir sobre y con la droga, y lo que permanece imposible. La droga desinhibe, empuja a decir y a escribir, pero la experiencia de la droga guarda en su corazón un silencio. El libro de Luis Darío Salamone explora esta dialéctica de múltiples formas. Explora los silencios en su variedad. Distingue la ruptura con la cadena significante y la ruptura con la dimensión de los sentidos, de aquella con la palabra que comienza a contornear el vacío. Bajo su influencia, el sujeto intoxicado puede hablar horas y, sin embargo, no decir nada. Se produce una “confusión”, como lo dice uno de los sujetos en la parte de la casuística que comprende el libro. O bien se libera una escritura sin fin, pero en la que nada se escribe. Pero también, la mejor literatura pudo escribirse bajo la influencia directa de diversas sustancias. Luis Darío Salamone da ejemplos de los aspectos productivos de la experiencia del vértigo subjetivo en el que el sujeto libera su escritura perdiendo el sentido de los límites de la homeóstasis. 
La experiencia de la adicción es también una experiencia de la cifra, de una contabilidad que se ha vuelto loca. Una repetición de lo mismo, una percepción de la eternidad, un círculo del infierno, un infinito, una muerte subjetiva, el ojo del ciclón. Salamone cita a Miles Davis “El silencio es el más fuerte de los ruidos”. Me gusta Charles Parker cuando dice que la droga opera una consolidación de todos los problemas que pueden tenerse en la vida así como hay una consolidación financiera de deudas múltiples. No hay más que un solo problema en la vida: la droga. Toda singularidad se disuelve o se dispersa. El testimonio de Keith Richards, y de otros músicos, lo confirman: se trata de producir la muerte subjetiva, la ausencia de sí.
Esta experiencia de una soledad fundamental en el silencio reúne y convoca por su especificidad todo un discurso para dar cuenta de ella. Leemos en este libro el trabajo de toda la comunidad del TyA, que es una comunidad que sostiene las elecciones terminológicas, una comunidad de trabajo conducida por Mauricio Tarrab, Ernesto Sinatra, Luis Darío Salamone, Fabián Napastek, y otros psicoanalistas, quienes consienten en llevar la bandera del esfuerzo para ser partenaires de los sujetos que eligieron “la realización de su objeto”. Sin embargo, la droga no es un objeto a, ya que es un goce que se impone al sujeto. Es presencia absoluta. 
Podrá leerse en los diferentes casos publicados cómo el analista se desliza en lo que es imposible de tratar, soportando este lugar de lo imposible. Qué lugar para la transferencia en el caso en el que la mujer declara ser dependiente de la droga para no tener que ser dependiente de su pareja, aunque esté pegada a él con todo su ser y lo llame cada cinco minutos para asegurarse que está bien, repitiendo: “estoy pegada a la droga para no depender de Diego”. 
Es por eso que la buena política de la transferencia en esos casos es de no preocuparse demasiado por la cuestión. Saber estar allí para el sujeto, opera de manera suficiente para que se termine, para que se tranquilice, en la medida de lo posible, de una relación infernal y pasional. 
Este libro es testimonio del esfuerzo del analista para seguir siendo el partenaire de un sujeto que conoció la muerte subjetiva en esa relación con ese superyo extraño que es la droga.
Freud evocaba el Hirsch Hyacinthe de Heine, abatido, tirado en los andenes de las sucesivas estaciones donde el guarda del tren lo tiraba, ya que no tenía pasaje. Este pobre Hirsch se obstinaba en ir a Karlsbad y, al cruzarse con un amigo le declara: “Voy a tomar baños…si mi salud me lo permite”. Hay algo de esto en la posición del analista en algunos de estos casos que presenta Salamone. El los ve de todos los colores y, como su salud se lo permite, puede acompañar a los sujetos hacia una pacificación de la cual seguimos los efectos terapéuticos. 
El tema del diagnóstico, en el que se debaten aquellos que se confían a él, no interesa mucho a Salamone. Una hipótesis histérica bastante extensiva le alcanza para los sujetos femeninos, y para los hombres le conviene una concepción bastante amplia de la neurosis obsesiva, salvo para un delirante atractivo “el espía que venía del frío”. Una neurosis fundamental forma la trama de fondo de sus reflexiones, combinada con una concepción bastante extraordinaria de la psicosis. 
Salamone se dirige más bien a los hermanos humanos a quienes les hace acceder a otra forma de vida. Nos hace compartir su fraternidad con estos exiliados de la vida que atraviesan su libro. 
Allí adjunta una selección de escritores que nos recuerdan que la escritura es una droga con la cual es tan difícil vivir como con el amor: Edgar Allan Poe, Théophile Gautier, Thomas De Quincey, Charles Baudelaire, Bukowsky. Interroga sin nostalgia, sin romanticismo, lo que queda hoy de la fascinación que hubo por el saludo a la droga en otras épocas. ¿Qué es, pues, lo que forma la trama del cinismo de hoy en torno a las drogas?
Lejos de la objetivación del “drogado”, subjetiva su relación al caso. Está en otro lugar. Está en la fraternidad con el unheimlich de las formas de vida que evoca. De los filósofos que le gustan, recuerda la formulación: “De la existencia asumida como il perpetuo, interrogarse por el sentido ausente”. Agrega este modo de interrogación a las experiencias de desaparición subjetiva que explora. Todas remiten a un imposible de soportar, a un real. En ese sentido, la droga es una “defensa contra lo real” ya perturbada. Ella repite el punto de trauma hasta la eventual muerte corporal de la sobredosis. Salamone sabe reflejar esta posición del sujeto “entre dos muertes”. Nos hace entenderlo en su estudio sobre el cuento de Edgar Poe sobre “el silencio”. 
Hace aparecer la defensa contra lo real, suficientemente desesperada para “darse muerte”, más que para soportar la muerte subjetiva. Toma la posición del cuerpo loco que no se encuentra ya ligado al Otro. Incluye el sexo como una droga para aquellos sujetos que no lo encuentran más que en la dimensión del exceso, o en la de la abstinencia total. Describe las drogas químicas que remplazan ahora a las antiguas drogas, el éxtasis, por ejemplo, así como los usos “off label” de los psicoestimulantes como el Ritalin. Describe la experiencia contemporánea de la droga después de haber pasado por los grandes escritores que la probaron. Considera que los “diarios de desintoxicación” son un género literario: Françoise Sagan, Jean Cocteau, Yann Andrea, Vicente Verdú, en la búsqueda de la escritura que suturaría la falta. 
Muestra su sensibilidad a las formas de vida de sujetos que tienen una relación con el exceso y el infinito, que no se sostienen fácilmente en los bornes del fantasma. Nos perdemos allí con ellos, los acompañamos en su lucha por la supervivencia, emergemos con Luis Darío Salamone, un poco étourdits.                               



ERIC LAURENT 

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