EL FIN DE UN AMOR


“…tendremos que articular lo que está allí como eje de todo lo 
instituido por la experiencia analítica: el amor”.(1)
Jacques Lacan.



“La historia de amor tocaba su fin”(2) Estas son algunas de las palabras con las que Pierre Rey se refiere al momento conclusivo del análisis que durante diez años realizara con Jacques Lacan. Una historia de amor que llega a su término y tiene consecuencias: “Sólo quedaba mi deseo de saber, que me arrastraba…”(3) Partiendo de este testimonio abriremos un interrogante sobre los avatares clínicos que el amor presenta en algunas de las diferentes salidas posibles de la cura.

1- La curación por amor.

Sigmund Freud se refiere a quienes, afligidos por dolores o sensaciones penosas, resignan su interés por las cosas del mundo exterior. Mientras sufren retiran de los objetos de amor el interés libidinal, “cesan de amar”. Freud plantea una articulación entre la enfermedad y el amor. “Un fuerte egoísmo preserva de enfermar, pero al final uno tiene que empezar a amar para no caer enfermo…”(4). Este tipo de consideraciones alimentó la concepción de analistas que pretendieron encontrar en el amor la salida óptima del análisis. Lacan, en el Seminario de La ética, destacó “cierta idea del amor logrado” que llamativamente insiste en innumerables trabajos como uno de los ideales que suelen levantar los analistas. Existe una creencia de que el amor puede curar la neurosis, creencia que “El amor médico” de Moliére atestigua. Si bien Freud destacó, en varias oportunidades, la incapacidad de amor que el neurótico padece producto de la intensa represión, por otra parte, dejó planteada una modalidad de interrupción del tratamiento debido a un mecanismo que denominó “curación por amor”, camino que el neurótico suele preferir al que le ofrece el psicoanálisis. El analizante puede llevar a la cura la expectativa de este mecanismo que dirige al analista. Pero esta maniobra tiene sus límites, es estorbada precisamente por esa incapacidad de amar que habíamos señalado. El levantamiento de las represiones puede provocar un involuntario resultado en la dirección de la cura: “…el enfermo se sustrae del ulterior tratamiento para elegir un objeto de amor y confiar a la convivencia con la persona amada su completo restablecimiento”(5). Esta salida, advierte Freud, acarrea un peligro: que el sujeto caiga en una relación del dependencia del Otro.
Hay analistas que, al captar que el neurótico no está en condiciones de amar debido a su yo empobrecido, se preocupan por reforzarlo lo cual lleva a una inflamación narcisista, donde el amor es enriquecido en su pura vertiente imaginaria. Este posicionamiento no es ajeno a esa “curación por el amor” que Freud señaló en contradicción con la progresión del tratamiento.
Desde otra perspectiva, Jacques-Alain Miller, luego de distinguir el amor como repetición del amor como invención, cuestione el final de análisis que propone “curarse del amor”, cuestión resultante de una identificación con el padre muerto. Para Lacan, al final del análisis, no se trata de curarse del amor, de su evanescencia, se trata en todo caso de una transformación. Miller dice: “Quizás, sí, curarse del amor, pero del amor en tanto repetición”(6).

2-El amor al saber.

Freud advirtió acerca de los riesgos del amor de transferencia. El analizante puede perder su interés por la cura y demandar correspondencia; los síntomas pueden ceder y el analista caer entrampado considerando que el tratamiento ha llegado a un término. Si la demanda de amor choca con el deseo del analista el sujeto quedará enfrentado a la falla estructural de estos espejismos. Lacan encontró la manera de disiparlos al plantear la transferencia en relación al saber: “A aquél a quien supongo el saber, lo amo”(7), dirá.
Es por la falta inherente al deseo que un analista se presenta como amante. Incluso, un sujeto puede llegar a análisis por la dificultad que el sostener esta posición puede implicar, sobre todo al percatarse que el encuentro con el amado, o sea el que tiene, está destinado al fracaso. El amante sueña con que el amado lo sustituya y tome su posición para cubrir su falta en ser con aquello que el otro tiene, esta es la metáfora del amor. El analista hace uso inédito del amor; no ofrece su ser, pone a trabajar la falta en ser del sujeto, lo que hace que el amor sólo pueda sostenerse del trabajo en torno del saber. Pero el amor al saber no deja entrever que en realidad el sujeto no quiere saber nada de la castración, incluso le tiene horror. Por eso, al final del análisis, Lacan piensa una relación más que del amor, del deseo de saber. Deseo de saber que, oculto bajo los ropajes del amor de transferencia, animó el trabajo analítico.
En “La dirección de la cura…” Lacan habla de las pasiones del ser: el amor, el odio, la ignorancia. Cuestiones padecidas por el ser que, al articular la cadena significante, revela su carencia. Colette Soler se pregunta por los efectos del final del análisis al nivel de las pasiones del ser. Estas deberían sufrir una transformación. El analista, al sostener la demanda y no satisfacerla, no da lugar al engaño que encierra la demanda de amor, esa aspiración a recibir un complemento que compense la falta en ser. Trabaja también sistemáticamente sobre esa otra faz, la negación del ser del Otro, que es el odio. Odio que puede llevar a una interrupción de la cura al operar como resorte de la reacción terapéutica negativa. Finalmente la ignorancia, que guarda una relación con el saber en tanto el sujeto ignora lo que demanda, al pedir aloja un indecible del cual no sabe. La ignorancia es también una cara del no querer saber de la castración, a la cual se confronta el analizante percatándose de lo imposible de saturar esa falta, y de la dificultad que le ocasiona ignorarla.
Si bien habrá una operación de extracción de saber, permanecerá lo indecible del objeto a, pero el pathos de la ignorancia le irá dando lugar a la docta ignorancia. Se tratará de ser un docto en eso de que la verdad es no-toda.
En Aun nuevamente comprobamos que hay una complicidad entre el amor y la ignorancia. Lacan señala: “El amor es impotente, aunque sea recíproco, porque ignora que no es más que deseo de ser Uno…”(8).  Ante su inexistencia suple la relación sexual. El amor responde con un “no somos más que uno”, procurando darle un significado a la relación sexual que se escamotea. Esta es la función del amor en tanto que narcisista: dar lugar al espejismo del Uno.


3-Un amor al fin.

Lacan cuestionó el término “liquidación de la transferencia”. Se tratará en todo caso “…de la liquidación de ese engaño debido al cual al transferencia tiende a ejercerse en el sentido del cierre del inconsciente”(9). El sujeto procura inducir al Otro a sostener una relación narcisista que revela la esencia del engaño que el amor encierra.
En “Observación sobre el informa de Daniel Lagache…” Lacan comenta cómo el neurótico opera una maniobra del Otro con el objetivo de renovar constantemente los esbozos de identificación en la transferencia salvaje, que pertinentemente Freud llamó neurosis de transferencia.
En el seminario sobre la identificación Lacan subrayó la función del rasgo unario que constituye el núcleo del Ideal del yo. De acuerdo con Freud, es sobre él que descansa la identificación del objeto de amor. Pero esta no es la identificación especular sino que es su suporte. Con la I es designado el punto ideal del yo en el cual se sitúa el rasgo unario que gobierna para el sujeto su imagen. Lugar donde el Otro “me ve  tal como espero ser visto”, situación que suscita una satisfacción desde la perspectiva amorosa.
Mientras el amor de transferencia empuja por un camino engañoso, el analizante se encuentra con el analista ubicado en el lugar de a, que tiene que maniobrar por medio de la transferencia de manera tal que se mantenga una distancia entre el punto I, desde donde el sujeto se ve amable, y el a, “…punto donde el sujeto se ve causado como falta por el objeto” (10), dicho objeto viene a tapar la hiancia producida por la división inaugural del sujeto. Es por esto que el psicoanálisis sólo surge a partir de que Freud abandona la hipnosis, que implica que precisamente la confusión  en un punto del significante ideal con el a. El análisis aislará el objeto a, para situarlo lo más lejanamente posible del I, es para esto que el analista sirve de soporte al objeto. Al descubrir el objeto a, más allá de su idealización como agalma, toca su fin ese engaño que desde la transferencia ejercía el cierre del inconsciente.
Hacia el final del Seminario 11, Lacan nos habla del deseo del análisis en tanto implica obtener la diferencia absoluta, es decir, la separación. Los callejones sin salida que se revelan en el amor se ubican en la contracara, sostienen el no querer saber de la diferencia apuntando a reducirla, aspecto del amor cuya función es la del desconocimiento de la inexistencia de la relación sexual. Sin embargo, Lacan dice que esa diferencia absoluta, cuando el sujeto es confrontado al significante primordial percatándose de la posición de sujeción a él, permite un efecto: “Sólo allí puede surgir al significación de una amor sin límites, por estar fuera de los límites de la ley, único lugar donde se puede vivir” (11). Se tratará de un amor que no quede fijado en el objeto en tanto narcisista, que vaya más allá de los límites de las identificaciones de ese amor neurótico, coordinado por el ideal. Es ese momento culminante en que el sujeto se confronta con lo real de su causa. La caída del sujeto supuesto saber dejará a cielo abierto la faz pulsional del objeto que la presencia del analista obturaba.
No se tratará de liquidar el amor de transferencia, sino que pasará de ser necesario a revelar su contingencia, su relación de suplencia de la relación sexual en tanto no cesa de no escribirse. En ese enfrentamiento a lo imposible que define lo real se pone a prueba el amor, lo que requiere, como lo expresa Lacan, una “valentía ante fatal destino” (12). Una prueba de amor que, como tal, implica el reconocimiento de un real.
A esa “novedad en el amor”, que subraya Miller en su manuductio de “Televisión”, provocada por el descubrimiento freudiano que implicó la transferencia, podemos sumarle “la significación de un amor sin límites”. Novedad lacaniana en el tema. Un nuevo amor, o quizás, un amor al fin, devenido al final de un análisis y más allá de las fronteras edificas.



Bibliografía:

Freud, S., Obras Completas, Vol. XIV, Amorrortu, Buenos Aires, 1989.
Lacan, J., El  seminario, libro 20, Aun, Paidós, Buenos Aires, 1985.
Lacan, J., El seminario, libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1986.
Miller, J.-A., Lógicas de la vida amorosa, Manantial, Buenos Aires, 1991.
Rey, P., Una temporada con Lacan, Seix Barral, Buenos Aires, 1990. 

Notas bibliográficas:

  1. Lacan, J., El seminario, libro 20, Aun, Paidós, Buenos Aires, 1985, pág. 52.   
  2. Rey, P., Una temporada con Lacan, Seix Barral, Buenos Aires, 1990, pág. 188. 
  3. Ídem pág. 186.
  4. Freud, S., Obras Completas, Vol. XIV, Amorrortu, Buenos Aires, 1989, pág. 82.
  5. Ídem. pág. 98.
  6. Miller, J.-A., Lógicas de la vida amorosa, Manantial, Buenos Aires, 1991, pág. 20.
  7. Lacan, J., El  seminario, libro 20, Aun, op. cit., pág. 83. 
  8. Lacan, J., El  seminario, libro 20, Aun, op. cit., pág. 14.  
  9. Lacan, J., El seminario, libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1986, pág. 275.  
  10. (10) Ídem. pág. 278. 
  11. (11) Ídem. pág. 284.



Luís Darío Salamone  


Ilustración: Leonid Afrémov 

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